Julio C. Palencia

Para Fermín y Rafael

Toda mi lengua
se ilumina
de colores fugitivos
bajo la piedra viva
y poderosa de tu nombre.

Me hinco sobre mi sangre
para escuchar tu silencio
de signos y garabatos ininteligibles.

La razón es idiota criatura
para medir tu respiración vegetal
y tu estatura.

No hay huella que preceda a tus pasos
en la perpetua y alta voz
del día dividido
por tu tacto líquido
de sol         de estrella.

Este es sólo el comienzo.

Yo fui tu hijo
y tu paciente moribundo
mucho antes de ser tu padre.

Siempre supe
que tu mirada me precedía
y quise hacer del idioma
sueños      adiós      y todo
el esqueleto de mi polvo
un compañero alado
del trigo aún semilla
sin jaula
de chispas quemantes
y trascendentes.

Eres migración del agua y del aire
árbol de mis pies abarrotados
de hojas sueltas ya caídas.

Yo soy poseedor tan sólo
de una sombra insuficiente
que no alcanzará para tu sed
por mucho tiempo.

Tomado del libro Todos los silencios
Publicado en el 2001 por la Universidad Autónoma del Estado de México UAEM