El terror que significaron los años 80, 81, 82, 83 y 84, el asesinato selectivo y colectivo, la caída de casas de seguridad de  revolucionarios no se entendería cabalmente si se obviara el trabajo de inteligencia y penetración de esas estructuras clandestinas, la tortura y la delación, logradas por el ejército.

No nos llamemos a error. Los revolucionarios no hemos estado a la altura de lo que Guatemala pedía a gritos, pero ningún ser humano podía estarlo. Este país parece no tener remedio. La desfachatez y robo de hoy es la continuación natural de los crímenes y defensa de intereses nefastos de ayer.