Si mi biblioteca se quemara esta noche

En el transcurso de mis casi 50 años me he deshecho de dos bibliotecas por completo. La primera, al dejar México en viaje hacia Canadá en 1995, alrededor de 5 mil libros, que representaban en aquella época mis intereses, mis aficiones y mis aflicciones. La segunda, alrededor de 1mil títulos, casi todos en inglés aunque un muy cercano 20% de tales libros eran en español, exactamente en el camino inverso, de Canadá a México, en el año 2000.

He deseado y cercanamente lo he logrado, que cada título en mis libreros sea uno leído, aunque en ocasiones he dejado un libro para un tiempo más propicio, y confieso que ha quedado allí olvidado, sin lectura. Involuntariamente lo he olvidado, o no ha llamado mi atención.

Y esto lo comento ya que, con un buen amigo mío, excelente caricaturista (manguero exquisito) y vendedor de libros usados en un tianguis en el Distrito Federal, México, hemos hecho las nada difíciles cuentas de los libros que humanamente es posible leer para una persona hoy. Si leyere 1 libro por semana, leería entonces 48 libros al año. Y si mi tiempo de lector activo se contara por 50 años, muy bien contados, entonces tendríamos que un lector activo, muy activo, leería buenamente 2,496 libros en toda su vida.

¡2,496 libros! Una cantidad nula si pensamos en los miles y miles de títulos de los clásicos, y miles y miles de títulos de los nuevos escritores, tomando como nuevos a partir del boom literario latinoamericano, que ya no es nada nuevo.

Durante mis últimos 10 años desconfié de manera feroz y tajante de la palabra escrita (nótese el tiempo pasado y de la terquedad en estas líneas), y de la motivación para plasmarla. Cada quien escribe lo que necesita leer, o lo que le conviene. He pensado en repetidas ocasiones en la herencia nuestra española y nuestro ineludible sino de convertirnos en militares o curas (ay, Guatemalita), médicos, abogados, periodistas, políticos, meros charlatanes, y para no dejar, escritor o poeta, lo que conjuntamente con nuestro atraso en ciencia y tecnología, nos aleja de toda posibilidad de superación conjunta como país. Por supuesto, es el efecto, no la causa.

Debido a la cantidad mínima de posibles libros leídos, completos, lo que no exige de ninguna manera el entendimiento de lo que trata el libro, o su agotamiento, es de esencial importancia determinar lo que le interesa a uno en particular en una época de su vida, ya que de eso resultarán nuestras lecturas a realizar.

Dentro de los géneros literarios, he de confesar mi debilidad por la poesía, como un acercamiento exquisito al espíritu y la condición humana. Sin duda cometeré injusticias al nombrar, pero las vísceras de la existencia van por delante en cada nombre: Gilgamesh, Cátulo, Byron, Shakesperare, François Villon, Rimbaud, Cesare Pavese, Luis Cernuda, César Vallejo, Miguel Hernández, Eunice Odio, Eduardo Lizalde, Jaime Sabines, Luis Cardoza y Aragón, Manuel José Arce, por mencionar sólo a los que la sensación viva no olvida. Todo es personal, nada es generalizado. Son mis favoritos, y, como lo advertí al inicio del párrafo, dejo a varios sin nombrar.

Otro género que me seduce es el ensayo, en casi todas sus formas, fundamentalmente los que buscan dar respuesta a nuestra condición humana, provenientes del siglo XVIII y XIX. Igualmente, he de encontrar hogar en toda la discusión de la ciencia y física del siglo XX, y entiendo que toda filosofía con F mayúscula debe sin duda ir de la mano con la física actual. De otra manera sería olvidar lo obvio.

Filosofía y física se juntan en el siglo XX, básicamente son lo mismo en el XXI. Platicando una noche con el físico mexicano-francés, Dr. Alejandro Pomposo, residente en aquella época en el CERN de Ginebra, Suiza, y colaborador de varios premios nobel, soltó una frase que aún resuena con fuerza en mi mente: la vida es una respuesta desesperada de la naturaleza contra el paso del tiempo. 15 años después la frase sigue vigente.

La inteligencia plasmada en una idea o ecuación me subliman. Y aún aquí toda interpretación debe tomarse como eso, ya que hay mucha porquería ideológica. Se debe leer entre líneas, sin olvidar tu procedencia, sin olvidar quien eres. El Camino a la Realidad, de Roger Penrose, es una introducción legítima y necesaria a la ciencia de hoy.

La creación literaria, el cuento y la novela, terminan por aburrirme. Y eso me ocurre de hace unos años para acá. Es porque siento que la realidad a cada paso supera toda imaginación de manera tajante. Es porque Latinoamérica no ha podido dejar de ser lo que Occidente ha imaginado que somos. El realismo mágico es de ellos, nosotros lo sufrimos. Macondo es Mc Ondo, y ambos son nada, un vacío.

Augusto Monterroso, interregno, inteligencia magnifica chisporroteando luminosidades.

Aldoux Huxley y su ensayo If My Library Burned Tonight (Si mi biblioteca se quemara esta noche) es nada con su Mundo Feliz, para nosotros latinoamericanos del siglo XXI.

Es hora de reinventarnos, no sólo como imaginación masturbatoria, sino ser en la realidad.

Es hora de ser, de asumirnos con plenitud.

En conclusión, lees lo que quieres, o desafortunadamente, lo que tengas a la mano. Nuestra información siempre es muy parcial, y eso determina las ideas que digieres.

La Internet modifica en mucho esta condición. Importante es leer. Libros, la Internet, los Cds y Dvds, son, como diría Carl Sagan, una ampliación de nuestra capacidad cerebral de almacenamiento.

Recuerda, sin embargo, que aún mucho más importante que leer es vivir.  La lectura es parte de la vida, no al contrario.

Espero no haberlos aburrido.

Un abrazo a tod@s.

Julio C. Palencia