Le apodaban El Indio, su nombre era Alejandro Cotí

Julio C. Palencia

Como una evolución natural marcada de lleno por la tecnología y su aplicación, los estudiantes del Técnico Vocacional considerábamos a las Facultades de Ingeniería y de Arquitectura como nuestro camino predefinido. Muchos de los estudiantes del Técnico tenían familiares o conocidos estudiando una ingeniería o arquitectura. Ninguno de los dos era mi caso. Yo había llegado al Técnico Vocacional porque una de las hermanas de mi padre, Mamita Consuelo, había sugerido que si estudiaba allí podía sin problema pagar mis estudios en la universidad. Y la idea no era mala, en absoluto. Sin embargo, lo que no estaba presupuestado era que tan pronto llegara al Técnico Vocacional encontraría en la Asociación de Estudiantes de ese establecimiento a los que serían mis mejores amigos. Conocí a Alejandro Cotí en 1978, en la Asociación de Estudiantes de Ingeniería, invitados a un festival cultural organizado por Acción Popular Estudiantil, APE, la organización predominante en la política estudiantil en esa facultad. De las muchas ocasiones que tuve oportunidad de compartir con Alejandro, tres de ellas darán alguna luz sobre su personalidad.

Alejandro Cotí barriendo el espacio de la Asociación de Estudiantes de Ingeniería. La Asociación era un espacio con muchas personas yendo y viniendo, reuniones aquí y allá. Ya para 1978, Alejandro Cotí era un líder estudiantil consumado y respetado. Había sido para entonces Secretario General de la Asociación de Estudiantes de Ingeniería en 1975 y en 1978 había sido el candidato del FERG para Secretario General de la Asociación de Estudiantes Universitarios, AEU, en las mismas elecciones donde fue elegido Secretario General Oliverio Catañeda. Nosotros llegábamos a la Asociación a platicar con él, entre otros. A pregunta expresa nuestra sobre el por qué barría, respondió: “Se predica con el ejemplo, no podés pedirle a nadie algo que no estés dispuesto vos mismo a hacer“. Para mi aquello fue uno de los actos personales y políticos de mayor relevancia, de mayor humildad y respeto a los otros, que yo haya presenciado en toda mi vida, aún hasta hoy.

Para 1978 yo tenía 17 años, y la mayoría de mis compañeros del Técnico Vocacional rondaban la misma edad. Éramos relativamente nuevos en eso de participar en política en un ambiente de gran riesgo, en un país con un historial largo de terror y represión. Pedimos, con entusiasmo y temor, a la Asociación de Estudiantes de Ingeniería apoyo y orientación política. Su respuesta fue que asignarían a una persona para preparar políticamente a un pequeño grupo de nosotros. Nos citaron dos semanas después en la cafetería de la facultad. Ver llegar a Alejandro me ocasionó gran alegría. De sonrisa cálida, era un hombre extremadamente sensible. “Yo seré quien les ayude con la formación política, conmigo será la cosa“. Y sacó de su morral muchos libros, dos o tres para cada uno de nosotros. Yo me sentía especialmente contento: sabía de la calidad humana de Alejandro, de su paciencia de maestro y de la amplia experiencia y conocimiento que ya para entonces tenía. Aunque con Alejandro fuimos compañeros, yo lo asumí a él como mi maestro y orientador político. Hasta el día de hoy me considero su discípulo.

Durante 1979 viajamos varias veces a San Lucas, Sacatepéquez. En ese lugar teníamos sesiones maratónicas de 7 u 8 horas de preparación política. En la primera ocasión, Alejandro recogió a tres de nosotros en la USAC y nos dispusimos a realizar el viaje. Se detuvo a cargar gasolina y sacó dos sixpack de cerveza de la cajuela y las colocó en el asiento de atrás. Antes de arrancar destapamos una cerveza y los cuatro tomamos un poco, hasta agotar el contenido. “Vamos de fiesta“, nos dijo. A medio camino, uno de los amigos que venía en el asiento trasero destapó otra cerveza y se la empinó. Alejandro detuvo la marcha del automóvil y con autoridad reclamó al compañero el haber hecho eso. “Las cervezas son sólo de pantalla, no son para consumir. No volvás a hacer eso. Tirá el contenido que aún queda de la lata“. El compañero, apenado, tiró por la ventana el codiciado líquido y guardó el envase vacío. Fue la única vez que vi a Alejandro Cotí molesto. “La disciplina no siempre comulga con el alcohol“, dijo.

Este 5 de marzo se cumplen ya 36 años del secuestro y asesinato de Alejando Cotí. Tengo en la memoria su semblante claro de sabio aún joven, su rostro amable, una guitarra entre sus manos y su voz media ronca entonando “Estoy muriendo de frío/traigo muy ronca la voz/a la eterna primavera/le apuñalaron el sol/a la eterna primavera, país/le apuñalaron el sol/Ay país, país, país.”