Julio C. Palencia

Una confesión a tiempo
es un recurso inestimable
que puede practicarse
como un conjuro
como un juego
o como testamento.

Y como no creo
más que en ciertos curas
y ninguno de ellos dispuesto y a la mano
sirvo dos tragos:
uno para el cura amigo
ausente
y otro para mí.

Trago en mano
confiésome escéptico
disperso     desesperado     retraído
y sin sentido común.

Me acuso
de leer entre líneas
y de escuchar entre palabras.

Sin santo y sin seguidores.

Confieso
sentirme guatemalteco en cualquier parte
y de sentirme extranjero en Guatemala
de encontrar las huellas de mi patria
en cualquier mar y en Vancouver Island
en la comedia y en el drama
en la luminosidad de la estrella
y su correspondiente oscuridad.

Reconozco no seguir las reglas
y de transitar solo mis caminos
sin dejar huella de mis pasos.

Ni religioso ni monje
de alicaídos monasterios
o lacayo de momias enriquecidas
de elevados ingresos semanales.

Me acuso de sentir
más allá
de lo que el buen gusto dispone
y de amar a mi tierra
como un amor perdido.

Y de soñarla.

Y de tener miedo
que mi sublime y amada Dulcinea
sea vulgar como Aldonza Lorenzo.

Del libro Todos los Silencios publicado por la Universidad Autonóma del Estado de México 2002.