Julio C. Palencia

En la mesa,
el payaso ve comer a su hijo.

El niño, no más de 10,
gesticula y habla sin modulación,
alegre,
con un amor que le llena el alma
y que rebalsa
hacia su padre.

Harapiento, el payaso
ve comer a su hijo
y luce lleno de satisfacción.

Las monedas del acto callejero
no alcanzan para comida de dos.

El hambre de los hijos es la que más duele;
satisfecho, el payaso sonríe.