Julio C. Palencia

Lo han llamado el Lucrecio del Al-Islam, el Diógenes de Arabia, el Voltaire del Este, el Ciorán sirio, entre otras muchas comparaciones. Abul ‘Ala Al-Ma’arri fue, podríamos decir, todos ellos juntos y ninguno. Nació hace poco más de 1000 años en Ma’arrat (973-1058), muy cerca de la actual Alepo (escenario de cruentos combates) en la Siria actual. Al-Ma’arri quedó ciego a muy temprana edad afectado por la viruela y se refería a sí mismo como rahin al-mahbasayn, el “rehén de las dos cárceles” (su ceguera y el encierro voluntario en su casa, de la cual no salió en 50 años), y aún añade una tercera cárcel en varios de sus versos, la prisión del instinto o deseo sexual, el cual no satisfizo nunca ya que consideraba un crimen traer a otros seres a esta existencia insoportable. Su preocupación no era la muerte, le inquietaba la vida.

Más que predecesor, lo han ubicado como influencia directa de uno de los autores centrales de la cultura de occidente, Dante Alighieri, siendo el estudio más minucioso y destacado el

Estatua de Al-Ma'arri en Alepo, Siria.

realizado por Miguel Asín Palacios, que enumeró y analizó los temas comunes a la Divina Comedia y a la Epístola del Perdón en su estudio Escatología musulmana en la “Divina Comedia”. En su tesis doctoral La Epístola del perdón de Abul al-Ala y su relación con la literatura occidental, Imad Abedalkareem Taha Ababneh consigna también influencias importantes en obras de autores clave para la literatura de occidente, entre ellos el Paraíso Perdido de John Milton y establece claras afinidades e influencia de Al-Ma’arri en algunos libros de  Jorge Luis Borges, señaladamente El Aleph.

El libro Risalat al-gufran, de Al-Ma’arri, título que se traduce al castellano como “Epístola del Perdón”, es una larga respuesta a una carta enviada por el erudito de Alepo Ibn al-Qarih, y lo constituye la descripción de un viaje imaginario por el Paraíso y por el Infierno de la tradición musulmana.

Motivado por el eminente fallecimiento de su madre, Al-Ma’arri regresa de Bagdad sin llegar a tiempo para despedirse. Decidió no abandonar nunca su casa, imponiéndose una vida ascética y de alimento frugal. Murió a los 85 años. Su último y único deseo fue que se inscribiese un epitafio escrito por él mismo en su lápida:

Este crimen lo cometió mi padre contra mí (al engendrarme)
mas nunca he cometido crimen ninguno (por no engendrar hijos).

Mientras vivió, su casa fue frecuentada por multitud de sabios, literatos, poetas, oradores, filósofos, que llegaban para recibir instrucción. El viajero persa Nasir Jusraw en su Safar Nama (p. 35-36), expone que visitó a Al-Ma’arri en su casa en el año 1046, y consigna con un poco de extrañeza la  vida que llevaba este ciego en su retiro. Nos dice:

“Un hombre cuyo nombre es Abu al-’Ala’, era ciego y dominaba su ciudad. Era muy rico y tenía varios secretarios y servidores. Pero él había optado por la vida ascética, se vestía con ropas de lana (sufí), y no salía jamás de su casa. Su alimentación cotidiana consistía solamente en un pan de cebada. Me han referido que el portal de su casa siempre estaba abierto, y que sus familiares y ayudantes se ocupaban de organizar los asuntos de los ciudadanos. Nunca se negaba a asistir y ayudar a los necesitados, ayunaba continuamente. Permanecía en vela gran parte de la noche y nunca se preocupaba de las cuestiones de este mundo. Esta figura ha alcanzado en el campo de la poesía y de la prosa un elevado grado de perfección y de maestría, de tal modo que los hombres de letras desde al-Sham –la Gran Siria–, pasando por Iraq, el-Magreb, hasta incluso al-Andalus, opinan que en su época nadie como él ha alcanzado tan altas cotas del saber. Tenía una biblioteca enorme en la que se podían encontrar libros de temas diversos. Este ciego siempre estaba rodeado de discípulos llegados de diferentes países, que se dedicaban, bajo su tutela, al estudio de la poesía. Me han dicho que había compuesto ya más de 100.000 versos…”

Los cuartetos de Abul al-’Ala’ Al-Ma’arri

Los siguientes 20 cuartetos son los primeros de 122 que aparecen en la obra publicada en 1904 Los cuartetos de Abul al-’Ala’ de Ameen F. Rihani, escritor libanés fundador de lo que se conoce como literatura árabe-estadounidense. El libro contiene la primera traducción al inglés de una selección de cuartetos provenientes de  “Luzum ma la yalzam” (Cumplir con lo innecesario) y “Saqt e-zand” (La chispa del eslabón) de Al-Ma’arri. En la versión en inglés, el primero, segundo y cuarto verso riman, quedando el tercero solitario. En la versión al español que les presento, realizada por mí, esa rima sólo aparece ocasionalmente.

I
Observa la Noche, no sea que digamos con jactancia:
“Se desplomó bajo la espada del Día, sangrando”.
Reaparece otra vez con su multitud de estrellas
Mientras se agazapan los ardientes Soles con prestancia.

II
Oh, Noche, para mí eres tan brillante, tan bella
Como el Crepúsculo o el Alba, de dorada cabellera;
Cuántas veces, siendo jóvenes, acechamos bajo su sombra,
y Júpiter, con aliento contenido, ¡nos miraba!

III
Nuestros ojos, desatentos al llamado del dulce Sueño,
del libro de Estrellas de Dios recorren el mejor soneto,
Las Pléyades –de ellas se despide la Luna,
nos ofrece un beso y presurosa tiende hacia el oeste.

IV
Pero pronto mi Noche, esta Reina Etíope atractiva,
Que pasa enjoyada, tranquila, serena,
Envejecerá y teñirá profundamente de Azafrán
Sus trenzas, para disfrazar las cenizas de la edad.

V
Giran nuestras Noches y Días sobre sí mismos,
Y terminamos, como Planetas, donde iniciamos;
Posamos los pies sobre la cabeza de los muertos
Y aunque la cuna llora, sonríen todas las sepulturas.

VI
Entre dos riberas eternamente se mece la Vida;
La recorremos, ¿alguien conoce la otra orilla?
Nunca podría, aunque camine largo sobre el puente,
Gemir como las olas, ah, yo, ni cantar como el viento.

VII
Nuestros gozos y pesares se injurian entre sí,
Vienen y van, perduran un instante;
Las Nubes, que vierten lágrimas en tierra y mar,
Tienen labios de relámpago, enmascaran su llanto al sonreír.

VIII
¿Qué provoca, en mi fe, que el Hombre deba gemir
En la Pena de la Noche, o el placer del amanecer elegir?
En vano se arrullan las palomas en aquella rama–
En vano uno canta o solloza: ¡Mirad! se ha de ir.

IX
!Muy solemnemente pasa el funeral!
Bajo este mismo cielo, de la vida la marcha triunfal
sigue su ruta –se desvanecen ambos en la noche:
Lo mismo son para mí, el sollozo, la alegría sin par.

X
Date cuenta, amigo, engulle la tierra nuestras tumbas
El cadáver de nuestros padres a la arena regresa
Desde el tiempo de Aad, ¿dónde y cuántas son las sepulturas?
¿Este mar de muerte no tiene un acantilado, una ribera?

XI
Así han pasado ellos y pronto nosotros hemos de seguir
Hacia la media noche o el medio día interminable;
Las estrellas, fugadas también de sus esferas,
En los brazos del Sol galante o la Luna se han de extinguir.

XII
Camina sútil, aunque mil corazones no la ven
Podría ahora en esta verde bruma latir;
Está aquí la hierba que fue fresca ayer,
Aquí lo que queda de los que fueron alguna vez.

XIII
La tumba reúne amigos y enemigos
Y sonríe con desprecio ante el espectáculo,
Una multitud de cadáveres amontonados
¡Ay de mí! El tiempo cosecha siempre su siembra.

XIV
La urdimbre y trama de la Vida son el dolor y la tristeza
Amarga la copa, dolor sin fin la condena;
Extraño es entonces que deba tejer, que deba beber
¡Si bien sabe destrozar tanto la Copa como el Telar!

XV
Los días a todos nos devoran; nadie se salvará.
Y el colmillo de las horas, como de león, nos aguarda;
Pronto se juntan y entre sus dientes gemimos,
Pronto regresan a su guarida eterna.

XVI
Nos mudamos de esta tienda maltratada
Hasta cierta morada de paz, por accidente;
Noche de profundo sueño y reposo es la muerte
Mientras este sueño en la vida es de alquiler.

XVII
Cada morada a la ruina va
Ya sea palacio o nido de gorrión;
Que no exista lo grande, lo poderoso, todo debe irse,
Igual que aquella blanca paloma a descansar en lo que construyó.

XVIII
¿Por qué hemos de beber de la fuente de la fe?
¿Por qué en la puerta de Saki alivio hemos de buscar?
Una mentira allí mil mentiras engendrará
Y al final lleno de pena tú mismo estarás.

XIX
No temer a quien confío es lo que quiero.
Pero confiar, sin miedo, no es lo mío, amigo;
Mucho mejor es la Duda que me da paz
Que todas las Creencias que en fuego eterno pueden terminar.

XX
Tras la Hipocresía y el Canto llevamos prisa,
Nuestras aficiones son todas de silueta enfermiza;
Duda de todas las cosas, incluso duda de tu edad,
Duda de la bondad del que hace buenas acciones.

 

Traducción de los cuartetos realizada por Julio C. Palencia